Cantar en el Metro: una forma de subsistencia y resistencia
Toño, Meli y Jessi: tres voces que encontraron en su canto en los vagones una manera de subsistir en una ciudad que no es inclusiva ni sensible a los talentos de las personas con discapacidad.
29 de agosto de 2022
Teresa Peón y Nava
Entrar en aquel monstruo naranja, conocido como Metro, en mi querida Ciudad del Humo, es adentrarse en un mar de aventuras sublimes.
Fue en una de estas incursiones donde me hice una pregunta existencial: ¿Cómo llegan los músicos urbanos ciegos a este laberinto lleno de caos?
Mientras reflexiono sobre el tema, aquella serpiente anaranjada se arrastra sobre sus rieles y cada dos o tres minutos abre sus fauces para engullir a hombres y mujeres que corren desesperados hacia algún destino.
Estoy ahí sentado, rumbo a la estación Bellas Artes de la Línea 8 del Metro, cuando, entre la multitud, surge una dulce voz cantarina que musita: “Te extraño más que nunca y no sé qué hacer, despierto y te recuerdo al amanecer, espera otro día por vivir sin ti”.
¡Oh gran sorpresa! Era mi amiga Meli, quien interpretaba la canción de “Si no te hubieras ido” de Marco Antonio Solís.
Al llegar hasta mi lugar, tuve el atrevimiento de interrumpir su trabajo y saludarla con gran efusión. Confieso que me encanta poder saludar a la banda con discapacidad visual que se dedican a la cantada y a quienes conozco desde la infancia, o bien por haber coincidido en alguna etapa de nuestras vidas.
En otro momento también me he encontrado a mi amigo Toño, una persona adulta ciega con una voz privilegiada. Si hubiera recibido durante su infancia y juventud el apoyo necesario, hoy en día sería un artista consumado que cantaría en los grandes escenarios del mundo. Él no me deja de sorprender por su gran capacidad para imitar perfectamente a Paquita la del Barrio.
Otra voz que me hace alucinar es la de mi amiga Jessi, una joven ciega con grandes posibilidades de llegar a la cima del mundo artístico, no obstante, tampoco cuenta con ningún tipo de apoyo y por tanto también es una musiquera urbana.
Así como ellos, existen grandes talentos con discapacidad visual que deambulan en todas las líneas del Metro de la Ciudad de México, pero ahí se perderá su voz, su fuerza y sus sueños. Difícilmente alguien con los recursos y conocimientos para impulsar a los grandes talentos se mueve en el transporte del pueblo para descubrirlos.
Confieso que antes pensaba que mis compas con discapacidad visual estaban ahí pidiendo dinero porque así lo quisieron.
Pero hoy puedo decir, con los pelos de la burra en la mano, que ellas y ellos llegan a este espacio por la falta de oportunidades laborales dignas y bien pagadas y también por no haber recibido una educación de calidad y verdaderamente incluyente.
Quienes tenemos un trabajo formal, somos una minoría y no fue porque el gobierno se haya preocupado por nosotros, sino porque nuestros padres o alguien más nos tendió la mano para poder estudiar y gozar de algunos derechos humanos.
Tanto Meli como Toño son paisanos míos. Ambos son oaxaqueños y no tuvieron la oportunidad de recibir una educación formal. Aún así, desde niños han buscado la forma de subsistir y hasta de apoyar a sus familias. Sus historias de vida son invisibles ante los ojos de la sociedad, por eso me tomo la libertad de escribir unas breves líneas sobre cómo llegaron a las entrañas de la Ciudad de México.
Toño me contó cómo, desde niño, cantaba en la ex ruta 100, unos ruidosos camiones amarillos que circulaban por las avenidas del Distrito Federal en la década de los ochentas. Con coraje en su voz, me dijo que como muchos choferes no lo dejaban subir al bus a cantar, cerraban las puertas en su cara y se arrancaban.
Meli me dijo que a pesar de que, como ahora, el personal de seguridad del Metro la ha llegado a sacar cuando está cantando en los vagones, ella ya tiene sus propias estrategias de resistencia: se espera media hora y vuelve a entrar, para seguir trabajando en las entrañas de esa serpiente voraz.
Jessi, Toño y Meli, así como la mayoría de las y los compañeros con discapacidad visual, han dejado atrás los teclados, las flautas, las guitarras o las melódicas y ahora su herramienta de trabajo es una bocina, un micrófono y su voz, claro algunos con una mejor interpretación que otros.
Así, ellas y ellos van recorriendo de principio a fin cada vagón del Metro, para vivir de la buena voluntad de los ciudadanos.
Finalmente debo decir que dejé de estigmatizar a mis compañeras y compañeros con discapacidad visual, porque el cantar o interpretar algún instrumento en los diferentes medios de transporte o plazas públicas del país, es una manera de subsistir y ofrecer resistencia a una sociedad capitalista que nos anula y segrega, porque no nos mira como cuerpos funcionales.
En mi caso, si algún día me quedara sin trabajo, también me convertiría en un artista urbano.
Espero esta crónica lleve a tomar una mayor conciencia sobre las personas con discapacidad visual que trabajan en el Metro de la CDMX y quienes cuenten con las posibilidades de apoyarlos, no lo dejen de hacer.
Del mismo modo: ¡Ojalá, quienes se dedican a impulsar artistas, se den la oportunidad de conocer a estos cantantes y los apoyen para que puedan llegar a los grandes escenarios y así cumplir sus sueños!
Y queridos lectores ya saben qué #EstáChidoSerIncluyente.
Por Juventino Jiménez Martínez*
*Juventino es indígena ciego y activista de la comunidad Ayuujk de Oaxaca, además es profesor del Programa Letras Habladas de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y presidente de la organización civil Punto Seis.