Opinión
Mi vocación de maestro
Fecha de publicación: 15/Mayo/2025 | Autor: Celso Soto
En mi infancia era común que se nos preguntara qué queríamos ser de grandes. Las respuestas típicas eran “Presidente”, “licenciado” o “doctor”. Yo nunca supe qué contestar y jamás imaginé que terminaría siendo maestro, y menos aún de personas con discapacidad visual.
Al salir de la secundaria decidí estudiar un bachillerato con carrera técnica, ya que no sabía si en el futuro podría costear una licenciatura. Mis padres solo cursaron la primaria y yo no tenía idea de qué carrera elegir. Mi papá me contó que alguna vez tomó un taller de contabilidad y que le pareció una buena opción, así que me decidí por eso. Terminé siendo técnico en contabilidad, con cédula profesional y todo.
Al terminar el bachillerato y con 18 años de edad me diagnosticaron retinosis pigmentaria, una condición crónico-degenerativa que, tarde o temprano, me dejaría completamente ciego. En ese momento mis planes eran estudiar Contaduría o Administración, pero tras recibir la noticia, pensé que no tenía sentido continuar si no iba a poder trabajar.
Pasé varios meses sin rumbo, sintiéndome triste y sin saber qué hacer, hasta que ingresé a una escuela de computación. Las computadoras siempre me habían gustado y ya tenía una en casa que mi papá me compró con mucho esfuerzo. No pensaba en llegar a trabajar de eso; lo hacía porque me gustaba y, con mi baja visión, aún podía usar el equipo de manera convencional.
Para alcanzar a ver la pizarra, tenía que sentarme en la primera fila. Le habló a mi maestro sobre mi baja visión —me costaba mucho admitirlo en aquel entonces, por miedo al rechazo—, pero para mi sorpresa, recibí apoyo y comprensión. Se me daba bien la computación y empecé a hacer amistades; el primero fue Eder.
Por cosas del destino —o de la vida, o quizá de la física cuántica— Eder trabajaba en la Escuela Nacional para Ciegos de Mixcalco. Gracias a él descubrí que las personas con discapacidad visual podían rehabilitarse, estudiar, trabajar y llevar una vida “normal”. Así que, al terminar mi curso de informática, busqué una institución donde pudiera rehabilitarme y capacitarme.
En 2004 inició mi rehabilitación en el Comité Internacional Pro Ciegos y como dice el refrán “en tierra de ciegos el de baja visión es rey”. Me hice algo popular, convivía mucho con los compañeros, comencé a ver la discapacidad desde otra perspectiva y entablé amistad con la trabajadora social. Ella tenía una guerra declarada contra la tecnología, así que mientras echábamos chisme, a veces le ayudaba con su compu.
Ya rehabilitado y con nuevos ánimos, presentó examen para la Licenciatura en Informática en la UNAM. No me quedé: me faltaron cinco puntos. Fue un golpe duro, ya que siempre fui buen estudiante, pero decidí seguir adelante y buscar trabajo. Tampoco tuve suerte.
Un día, regresando decepcionado de una de esas ofertas fraudulentas de empleo, recibí una llamada inesperada: era la directora de Pro Ciegos. La institución tenía solo un maestro de computación para más de 250 alumnos y necesitaban apoyo. Mis maestros de rehabilitación y la trabajadora social me habían recomendado. Me preguntó si sabía usar el lector de pantalla… y yo mentí. Dije que sí.
Era la oportunidad de dejar de ser una carga para mis padres y hacer algo productivo. La verdad es que yo aún usaba la computadora de forma convencional, con ratón y viendo el monitor, y nunca me llamó la atención aprender a usar el ordenador con lector de pantalla. Pero ya era informático, así que conseguí un demo del programa, aprendí a usarlo de manera autodidacta y estuve listo para la entrevista de trabajo.
En febrero de 2006 comencé a dar clases de computación para personas con discapacidad visual. Me asignaron 5 alumnos, estaba nervioso y no sabía muy bien qué hacer, pero tenía disposición. Dibujé en braille la representación de una ventana y empecé a explicar los conceptos básicos tal como me los enseñaron a mí. Pasados 3 meses ya contaba con el doble de alumnos.
Por las mañanas daba clases, por las tardes preparaba manuales adaptados sobre cómo usar Word, Excel, el correo electrónico y navegar por la web con lector de pantalla. En mis ratos libres investigaba, asistía a eventos sobre discapacidad y tecnología asistiva, actualizaba el plan de estudios, y mis alumnos -además de sus clases- me pedían que arreglara o configurara sus equipos para que pudieran usarlos en casa.
Pero lo más importante era ver cómo mis alumnas y alumnos entendían mis explicaciones, se emocionaban cuando lograban dar formato a un documento o enviar una tarea por correo, o me agradecían cuando, a través de las redes sociales, lograban reencontrarse con familiares y amigos.
En estos 19 años, varios de mis estudiantes han terminado la universidad, encontrado empleo, formado una familia y se convirtieron en personas exitosas a pesar de las barreras y el desconocimiento social sobre todo lo que las pcd visual somos capaces de hacer.
El apoyo de mis maestros, mi familia, mis amigos, los misterios de la vida —y también la necesidad— me llevaron a ser maestro. Con el tiempo, la docencia me permitió desarrollarme como persona, conocer a mi pareja (también maestra) y participar en muchos otros proyectos. Todas esas satisfacciones hicieron que dar clases sea lo que más me gusta hacer.
Celso Soto es consultor y tester de accesibilidad digital, instructor de pcd visual en uso de TICs y editor de accesibilidad de Yo También. Es el mayor de cuatro hermanos, pareja de Lupita y papa de la pequeña Emma. Vive con retinosis pigmentaria, una condición que provoca discapacidad visual. Puedes encontrarlo en X y LinkedIn.
Te interesa:
¿Cuáles son los gobiernos estatales con las páginas de internet más y menos accesibles en México?
Poderes ejecutivo, legislativo y judicial: ¿Cuál es el más accesible en materia digital?
¿Qué tan accesibles son los trámites digitales de gobierno para las personas con discapacidad?





