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Internamientos psiquiátricos en México: letras, violencias y territorio
Lo que aquí escribimos son sentipensares y dolores propios, son vivencias y muertes del y con el cuerpo des-hechomemoria
Fecha de publicación: 13/Mayo/2025 | Autor: Ilse Gutiérrez,Ulises González Ventura
“La psiquiatría debe quemar las naves”, si no quiere continuar “escondiendo la violencia con respuestas manipuladoras”, “debe destruir el manicomio pedazo por pedazo, de no ser así continuará contaminando los servicios territoriales”: Franco Basaglia
1. Letreros
Caminábamos sin rumbo fijo por alguna calle de México, una de tantas que podrían ser cualquier otra. El lugar al que nos referimos no tiene nombre ni coordenadas precisas, porque lo que importa en este caso no es el sitio, sino lo que hay en su cotidianidad. Íbamos conversando, como se conversa en los trayectos largos, de todo y de nada a la vez: del camino mismo, de las personas que cruzaban nuestras miradas, de los problemas que se repiten con diferentes rostros, de la vida que a veces pesa, de la muerte que a veces resguarda. Íbamos dejando que las palabras nos guiaran sin pensar demasiado, hasta que algo cambió.

En cualquier calle de México, —esto lo decimos con la certeza que da la repetición— es común toparse con anuncios que ofrecen internamientos para personas con “problemas mentales”, “adicciones”, “autismo de difícil manejo” o “esquizofrenia”. Estos letreros no están escondidos, al contrario, están en espacios visibles, se despliegan en paredes, en puentes peatonales, aparecen en lonas atadas a postes de luz, y están impresos con letras grandes que gritan ofertas de encierro como si fueran promociones.
“Atención inmediata”, “tratamientos garantizados”, “recuperación total”.
Cabe destacar que no tenemos certeza de la existencia de un registro integral que concentre la totalidad de este tipo de espacios y publicidades, que deberían estar reguladas, supervisadas, y avaladas por dependencias de gobierno, especialmente por la Secretaría de Salud, ya que para empezar el internamiento bajo esas condiciones, es ilegal. Cada vez hay más frases semejantes, en las calles que, disfrazadas de ayuda, ocultan otra cosa.
Ese día, como tantas otras veces, nos detuvimos ante uno de esos anuncios. Nos miramos en silencio, luego apuntamos el número, intentamos llamar muchas veces para pedir información, sin embargo después de solicitarnos algunos datos dejaron de responder completamente.
Casi por inercia, como si nuestra historia nos obligará a no ignorarlo, entonces algo nos quebró por dentro, el aire se volvió denso, un escalofrío recorrió nuestros cuerpos, nuestra respiración se agitó, el corazón latía tan fuerte que el mundo pareció detenerse, nos aferramos con fuerza de las manos, como buscando S.O.S.-tener algo, alguien, a nosotrxs, porque no era solo un anuncio, era un recordatorio, una herida reabierta, una me-moría.

Al voltear, vimos una casa que a simple vista no parecía distinta a las demás. Estaba mimetizada, como tantas otras, en esa arquitectura desdibujada de cualquier calle de México. Pero algo en ella nos alertó, quizá fue el instinto, o tal vez fue la memoria. Lo cierto es que una escena nos atravesó: una persona salía o entraba, no lo supimos con claridad, caminando con dificultad, sus pasos eran lentos, torpes, como si el cuerpo le pesara, reconocíamos ese andar, esos movimientos y sabíamos cómo se sentían. Vestía con pants gris y no llevaba zapatos, su mirada estaba fija, dos personas, aparentemente enfermeros, lo escoltaban hacia el interior de la casa.
No lo pensamos, huir fue la única respuesta que nos permitieron nuestras piernas, y corrimos. Corrimos con el corazón desbordado y los ojos llenos de lágrimas, las memorias volvieron como una avalancha, el encierro, los miedos, esas noches infinitas, las violencias disfrazadas de cuidado, los silencios obligados, el cuerpo sometido, la dignidad arrebatada. Aquellos lugares nos marcaron, nos cambiaron: lugares de internamiento.
Por eso, cada vez que vemos uno de esos anuncios en cualquier calle, sentimos que algo se desgarra. Porque están ahí, en todas partes, bajo cualquier puente, en cualquier barda, sobre cualquier avenida, porque hablar de internamiento psiquiátrico en este país es abrir una puerta incómoda, que mucha gente prefiere mantener cerrada, porque no todas las personas ingresan por voluntad propia y muchos de esos espacios operan sin regulación, sin supervisión, sin respeto por la vida y los derechos humanos, son lugares que prometen contener, pero que terminan por desaparecer a quienes cruzan sus puertas, como fue “Casa Esperanza”, la “Clínica San Rafael”, y otros lugares de internamiento.
Lo que estos lugares ofrecen es olvido y entre sus tantos tratamientos desaparecer nuestra historia, subjetividades, hechos, derechos, memorias, pensamientos, emociones, experiencias, hasta nuestros olvidos.
Pero cuando hablamos de internamiento, hablamos también de la forma en que la sociedad decide aislar/ocultar aquello que no quiere ver. Hablamos de cómo se patologiza la diferencia, de cómo se criminaliza el sufrimiento, de cómo se justifica la violencia en nombre de la salud. Hablamos de experiencias que hemos vivido, que hemos resistido, que nos siguen habitando. No es solo memoria: es una herida viva, una herida que no deja de sangrar cada vez que respiramos, cada vez que despertamos, cada vez que intentamos nombrarla.
Nosotrxs y esas/esos otrxs a quienes nos han atravesado esos encierros, y otras violencias psiquiátricas —seguimos aquí en cualquier calle de México—.
2. Violencias
Las puertas me han significado o más bien se han resignificado en contra de mi voluntad como un espacio que encierra, y que no apertura, los cuartos cerrados sin opción a salir, sin ventanas, un escritorio amarillo y una silla incomoda, el internamiento psiquiátrico no es un hecho aislado y al parecer es no consensuado. En consulta con el psiquiatra nadie me preguntó si quería quedarme, solo lo hicieron: dos enfermeros cubrieron la puerta, mi ansiedad que se presentaba como temblor en el cuerpo, pauso, se congeló, ya no pude huir, no pude preguntar, ni supe si alguien más sabía de esto.
O si algún familiar sabría que no pude salir. Desde entonces, cada vez que veo una puerta, pienso que vienen por mí, no sé si huir, correr, atravesar, pues en mí no se si estoy entrando o saliendo, entrando a la peor experiencia que fue estar internado o saliendo de ese mundo que me orilló, a uno peor.
Y aunque el Capítulo VII de la Ley General de Salud habla de garantizar el derecho a no ser sometido a medidas coercitivas ni a tratos crueles, a no ser institucionalizado, a tener acceso al consentimiento libre e informado, y al respeto a los derechos humanos, esas palabras no tienen validez en el psiquiátrico, es como si la ley se suspendiera ahí.
Ese encierro no fue solo físico. En otra ocasión, en otra consulta, el encierro en un folder, en un archivo, en procesos burocráticos, en un “diagnóstico”, me despojaron también de mis dibujos, encerraron mi sentir, nunca me los devolvieron los psiquiatras, me los quitaron como si todo lo mío dejara de pertenecerme después de recibir un diagnóstico psiquiátrico, me dijeron que era “un buen caso de estudio”, pero jamás me los devolvieron.
Y están también esas violencias que no dejan marcas visibles, pero lastiman de igual forma: la mirada del psiquiatra que deja de encontrarse con la tuya, porque asume que ya deliras, que nada de lo que digas puede tener sentido y no vale la pena prestarte atención, en serio.
En las mañanas cuando hace frío antes de que el sol salga completamente, mi cuerpo recuerda las filas en la madrugada afuera del psiquiátrico, sobre la banqueta y el eco del motor de algunos vehículos transitando por la avenida, donde personas adultas, infancias y personas mayores des-esperamos, medicadas, sin dormir, por una sola ficha que nos permita acceder a una consulta.
A pesar del mareo, del temblor no solo del frío y el aletargamiento que me producía una enorme confusión y ansiedad, yo tenía que estar presencialmente a las tres de la mañana, porque así lo exigía el sistema de salud mental (en el que alguna vez como muchas otras personas puse toda mi fe para tener una vida digna), algo que lejos de ser un trámite, es una forma de violencia institucional que no distingue ni sabe de edad, condición social, género ni discapacidad: agarra parejo.
En un momento me encerraron en un cuarto con olor a ropa usada y medicamento, en donde me ordenaron desnudarme, quitarme todo lo que traía, me resistí, como si la ropa, mi mochila, mis libros, mis audífonos, esas cosas que me hacían lidiar con ese mundo, no sirvieran ahí, luego me des-vistieronsin mi consentimiento. En ese espacio no hubo respeto o intimidad. Mi madre fue avisada hasta días después que me encontraba ahí.
Está también la sujeción gentil o mecánica, que se encuentra avalada y es una práctica instituida a través del denominado Código Morado (según el ISSSTE) y Código 100 (según el IMSS), o cualquier otro nombre con el que se hubiera bautizado a este tipo de violencias, relacionadas con la atención de personas usuarias de servicios de salud mental, en el ámbito hospitalario.
Estas prácticas consisten en despojar al paciente de sus pertenencias, esto según por y para su seguridad, se procede de acuerdo al protocolo del manual, a realizar la restricción física sometiendo de las extremidades de la persona, sujetándola a la cama para inmovilizarla, durante el tiempo que el equipo médico considere pertinente. ¿No es esta una GRAN contradicción en las lógicas psiquiátricas? “Violentar para tranquilizar”
Todo esto y más son violencias y horribles formas de despojo.
Y el lugar del que hablamos, tal vez no importa tanto. Se llame Centro Integral de Salud Mental (CISAME), Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez, Hospital “Villa Ocaranza”, Manicomio General “La Castañeda”, o cualquier otro: las lógicas psiquiátricas y manicomiales persisten. Cambian los nombres, se modernizan los edificios, se reconfiguran los discursos, se transinsitucionaliza, pero la estructura del encierro sigue intacta, pese a la Ley.
3. Territorio
Algunos organismos e instituciones por ejemplo la Comisión Nacional de Derechos Humanos en su reciente comunicado, la Suprema Corte de Justicia de la Nación a través de resoluciones de amparos, y de informes sobre la situación de las personas con discapacidad en México, del Comité sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de la ONU, han reiterado que los internamientos involuntarios, la institucionalización y la existencia de espacios asilares violan gravemente los derechos de las personas con discapacidad psicosocial y son actos que constituyen delitos en sí mismos.
La Ley General de Salud y la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad establecen con claridad el derecho al consentimiento libre e informado, a recibir servicios de salud dignos y accesibles, así como a vivir en comunidad. Sin embargo, la tarea de eliminar prácticas violatorias de estos derechos es ardua, faltan reglamentos claros de operación en los servicios psiquiátricos armonizados conforme a la Ley General de Salud, procedimientos respetuosos de derechos humanos, más armonización legislativa, toma de conciencia sobre discapacidad y respeto a la capacidad jurídica del mismo colectivo.
Es en este marco y no precisamente de aquella puerta en la que fuimos acorraladxs, en la que se quedaron ciertas “cositas”, pudimos salir de ese espacio, pero ese espacio no salió de nosotrxs, se quedaron y se mantuvieron “cosas”, entre dolores y malestares, entre miradas y procesos, encierros, violaciones, golpes y humillaciones, aun saliendo al pasar por cualquier calle, en las noches, en los días, en las horas y las desesperanzas, está el daño, ¿quién se hace cargo del mismo?, ¿qué hay de la reparación del daño cuando ni siquiera se considera que fue un daño?.
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