19 de Diciembre de 2025

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Del cuidado al apoyo: vivir con discapacidad no es sinónimo de dependencia

Fecha de publicación: 01/Julio/2025 | Autor: Jenny Medina

Jenny Medina, usuaria de silla de ruedas, en un parque

Cuando escuché por primera vez que tenía cinco vértebras fracturadas no sabía la realidad a la que me enfrentaría. Tenía 20 años cuando mi vida cambió por completo después de un accidente automovilístico.

Soy Jenny Bautista Medina y tengo 36 años. Actualmente soy fotógrafa, periodista y activista, vivo de manera independiente tras seis años desde que dejé de caminar, soy usuaria de silla de ruedas permanente.

Hace 16 años, despojada de mi independencia y movilidad, jamás imaginé de todos los cuidados que necesitaría a partir de ese momento. No sabía nada sobre discapacidad, nada sobre cuidados y mucho menos sobre lo que significaban los apoyos.

Los cuidados en casa fueron fundamentales para continuar con una lenta recuperación y rehabilitación, recibir cuidados me hizo sentir culpable, vulnerable y triste, acostumbrada a la independencia y autonomía de mi cuerpo.

Los duelos acumulados de falta de movilidad y sensibilidad lo hicieron todo muy difícil, desde no poder voltearme para cambiar de posición mientras estaba acostada, hasta todas las actividades de higiene, alimentación y ejercicios de rehabilitación.

Durante casi tres años recibí cuidados para bañarme, ir al baño, vestirme y acompañarme en los momentos de crisis, principalmente provistos por mi mamá, mis hermanos y mujeres de mi familia como tías y primas. La sobreprotección —aunque nacía del amor— anulaba mi autonomía. Por su parte, la falta de accesibilidad en el entorno reforzaba esa dependencia.

En la búsqueda de mi independencia fue que empecé a requerir apoyos. Mi hermano menor “Juan” fue mi primer apoyo bajo mis propios términos: él me acompañaba, pero yo decidía a dónde y cómo.

Después de mudarme a la ciudad de México e independizarme completamente, regresé a estudiar y a trabajar, volví a bailar; creí que ya había logrado la independencia absoluta. Pero entendí que la independencia no es una meta fija, es un proceso continuo sostenido por apoyos. Apoyos en distintos espacios: en el transporte, espacios públicos, en el trabajo, cuando me he caído (que sucede seguido), necesito apoyo.

Las políticas públicas deben contemplar no solo los cuidados —que fueron clave para mi recuperación—, sino también los apoyos que sostienen mi autonomía. La ausencia de apoyos perpetúa la dependencia.

Los diferentes apoyos no solo han mejorado mi calidad de vida, sino que a partir de la interdependencia, es decir, reconociendo que todas las personas necesitamos de otras para vivir plenamente.

Más allá de exigirme hacer todas mis actividades sola, hay actividades en las que sí necesito apoyos, y puede ser por falta de accesibilidad, por alguna situación ajena a mí, es por eso la importancia de la interdependencia, porque hay situaciones en las que, por más que me esfuerce, simplemente no puedo resolverlas sola.

He aprendido que la independencia se construye de distintas formas, como tejiendo redes de apoyo, respetando mi autonomía, eligiendo de quién y la forma de recibir apoyos.

Necesitamos informar para transformar la sociedad de sus ideas de completo asistencialismo, para que las personas con discapacidad adquirida no nos quedemos atrapadas en los cuidados y la dependencia.

Cuidar sí, pero también escuchar, preguntar, acompañar y apoyar con dignidad.

La autonomía no llega sola: se construye con políticas públicas que entienden que los apoyos también son un derecho.

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