19 de Diciembre de 2025

Opinión

19S de 2017: Una historia de discapacidad durante el sismo

Fecha de publicación: 17/Septiembre/2025 | Autor: Celso Soto

Ilustración de Celso Soto, consultor de accesibilidad y columnista de Yo También

El 19 de septiembre de 1985 ocurrió en México uno de los sismos más recordados por la población. Yo era muy pequeño y no lo tengo del todo presente. En esa misma fecha, pero de 2017, se programó un simulacro a nivel nacional para conmemorar el suceso; nadie imaginaba que nos tocaría vivir una experiencia muy difícil de olvidar.

En el 85 yo estaba calientito y durmiendo en la zona del Ajusco, en 2017 estaba trabajando en el poniente de la Ciudad de México en una torre con más de 20 pisos de oficinas ubicado en las inmediaciones del parque Lincoln. Había en mi piso cuatro personas con discapacidad: Karen, de recepción; Roberto, de Call Center; y yo, de cuentas por pagar, con discapacidad visual. También Mario, de facturación, con discapacidad motriz.

A pesar de estar en el primer piso, entre la planta baja y nuestra oficina había un área de servicios que en su conjunto hacía que estuviéramos a una altura de cuatro pisos convencionales. Saliendo del elevador principal un pasillo cuadrangular se extendía a derecha e izquierda pasando por las diferentes oficinas. Para cerrar el cuadro —y desde mi oficina— el pasillo concluía por la derecha en el área de baños y por la izquierda en las escaleras de servicio y el elevador de carga.

A las 11:00 am, mientras la mayor parte de las personas salían al simulacro, en mi oficina estábamos siendo productivos, pues los altos mandos consideraron que no era importante participar. Entre la recepción y el área de operaciones había una puerta doble y mi cubículo era de los más cercanos a esa puerta.

Sin una alarma que dijera “sismo va”, a las 13:14:40 —hora de la CDMX— inició el sismo de magnitud 7.1. Me sorprendió capturando datos y cuando sentí que todo se movía tontamente pensé “creo que estoy tecleando demasiado fuerte”. Pregunté en voz alta “¿Qué hacemos?” Y alguien me respondió “a la zona de seguridad”. Debido a mis obligaciones yo sabía cuál era esa zona, pero los demás no.

Mientras las ventanas crujían y el recubrimiento de techos y paredes empezaba a caer, tomé mi teléfono, bastón blanco y emprendí la marcha. Roberto estaba en la cocina y Mario en su cubículo, ambos en los extremos contrarios a la puerta de salida.

El primero en salir fue el chofer del director general que alcanzó a abrir la puerta doble, yo pase junto a Karen que preguntaba qué hacer, alcancé a decirle “camina a la zona de seguridad”, salí al pasillo por la puerta de recepción y me dirigí hacia el espacio entre el elevador de carga y los baños, que era donde las pcd debíamos esperar a que pasara el siniestro. No tomé a Karen para salir juntos porque imaginé que dos pcd visual juntas con sus bastones obstruiríamos el paso de los demás.

Roberto salió de la cocina, se dio cuenta que plumas y otros accesorios se caían de las mesas, Mario por su parte no supo qué hacer, él utiliza bastón de apoyo, pero no puede caminar mucho ni rápido, así que se quedó inmóvil bloqueando la salida de Adriana que estaba junto con él en su lugar de trabajo.

Conforme avanzaba por el pasillo, escuché como mis compañeros y otras personas que trabajaban en el mismo piso caminaban detrás de mí, cuando estaba por llegar al elevador de carga para replegarme sentí como alguien me tomó del brazo y me dirigió a las escaleras de servicio, no tuve tiempo de pensar y me dejé llevar. 

Roberto salió al pasillo, pero ya estaba muy congestionado, mientras tanto Karen empezaba a entrar en pánico al no saber qué hacer y darse cuenta de cómo los demás salían corriendo y la ignoraban. Por su parte Adriana le pidió a Mario que se moviera, pero al no obtener respuesta lo empujó para poder salir.

En las escaleras me di cuenta de que el buen samaritano que me estaba ayudando no era compañero de oficina, me llevaba abrazado por la cintura, restringiendo mi movilidad e impidiendo que las personas bajaran en dos filas. El piso se seguía moviendo, las personas se acercaban peligrosamente detrás de nosotros y sentí que en cualquier momento nos íbamos a caer.

Dentro de la oficina un compañero ayudó a Mario a salir y una compañera se acercó a Karen para decirle que no la dejaría sola. En el pasillo de los baños se reunieron Karen, Roberto, Mario y muchos más. Para entonces el personal del edificio estaba anunciando que era demasiado tarde y peligroso para salir; había que replegarse al muro y esperar a que pasara el sismo. Resignada, Karen se puso a llorar.

Mi suerte en cambio ya estaba echada, a media escalera me paré en seco y le dije al joven que me ayudaba que abrazados no podía bajar, que caminara por delante de mí y yo lo seguiría sujetándolo por el hombro. Intentó replicar, pero yo lo azucé y salimos casi corriendo. Ya en la calle me encontré con una compañera que estaba a punto del colapso nervioso, agradecí al chico,  me separé de él y me quedé con ella.

Pasado el sismo, las personas que permanecían adentro comenzaron a desalojar el edificio. Con los elevadores bloqueados, Karen, Roberto y Mario tuvieron que bajar por las escaleras a la planta baja y salieron por el estacionamiento. Minutos después nos reunimos todos en un parque a espaldas del edificio, posteriormente sabríamos que era el punto de reunión según el plan de protección civil del inmueble.

Una vez a salvo todas y todos comenzamos a enviar mensajes a nuestras familias, las telecomunicaciones estaban saturadas y en algunos lugares no había señal, así que tuvimos que esperar. Se organizó una comisión de personas para que volvieran a la oficina a sacar las pertenencias de todos y nos despacharon para volver a casa.

A las personas con discapacidad nos asignaron a una persona para acompañarnos, menos a Mario que viajaba en auto propio y regresó solo. Karen caminó con Álvaro alrededor de 3 horas hasta llegar al metro Etiopía donde un automovilista les dio rite a su casa, Roberto y Lolita caminaron dos horas sobre reforma e insurgentes hasta que pudieron abordar un Metrobús con destino a Indios Verdes.

A mí me acompañó Adriana y la suerte, caminamos unos minutos hacia periférico donde pasó un microbús con lugares y destino a Cuatro Caminos. “Ese me deja” le dije y abordamos. Llegamos a mi casa más o menos una hora después y Adriana estuvo conmigo hasta que pudo tomar un auto de aplicación para la suya.

Conforme transcurrió la tarde fueron llegando noticias de los familiares, menos de la que hoy es mi suegra, que no respondía. Ella estaba en su trabajo en Xochimilco, ante la falta de transporte tuvo que caminar hasta el metro Taxqueña, ahí abordó y tras una hora y tan solo tres estaciones decidió bajarse y seguir caminando a pesar de llevar tacones altos.

Llegando a la colonia Centro compró otros zapatos, caminó más hasta que pudo subir a un Metrobús muy lleno y luego a un camión que la acercó a casa, agotada, con los pies hinchados, pero viva.

Los días siguientes se despertó en la población un sentido de solidaridad que había quedado adormecido por el discurso del individualismo, en mi trabajo la mitad del personal nos quedamos a hacer guardia mientras la otra mitad preparaba y entregaba alimentos a las personas rescatistas en las zonas más afectadas de la ciudad. El equipo de logística llevó despensas y cobijas a varios municipios de Morelos. Y finalmente nos integramos a los protocolos de protección civil de la torre.

Agradezco a Karen, Adriana, Ma. Guadalupe, Roberto, Mario, Barush y David por refrescar y rellenar los huecos de mi memoria. También al buen samaritano que seguramente pensó que el ciego no encontraba la escalera para desalojar y del que nunca supe su identidad, donde quiera que estés ¡Gracias!