Los Olvidados
En el Hospital Psiquiátrico Dr. Samuel Ramírez Moreno ya fallecieron tres enfermeros y un paciente, además de sumar otras 17 personas contagiadas y otros con síntomas pero aún sin pruebas. Los pacientes no saben qué pasa fuera de su confinamiento y no entienden por qué cuidarse. El personal de salud carece de equipos y protocolos mientras las autoridades aún revisan datos.
25 de mayo de 2020
Katia D'Artigues
Por Katia D’Artigues __
¿Cómo llegó el virus del COVID-19 al Hospital Psiquiátrico Dr. Samuel Ramírez Moreno? Es un misterio.
Pero una noche entre el 6 y el 8 de mayo, Sixto H. comenzó a sentirse mal. No sabía qué le pasaba afuera, ni sabía lo que le pasaba a él mismo. Por su discapacidad intelectual y su condición psiquiátrica casi no puede comunicarse. Sixto y otros dos pacientes más – Miguel Ángel C. y Andrés N.- que viven en la Unidad de Larga Estancia 1 A, sólo recibieron antibióticos, pese a los evidentes síntomas de que podían tener COVID-19.
Hay otros 23 compañeros más en este espacio lúgubre y cada vez con menos personal que pueda asistirlos. Están solos, llevan años sin recibir visitas, ni saber qué ocurre fueras de las paredes de la institución que está sobre la Carretera México-Puebla, en Valle de Chalco, en el Estado de México.
“Aunque no les han hecho pruebas a todos los pacientes del 1A, muy seguramente todos son positivos, ya algunos tienen picos febriles y no se ha hecho una desinfección a fondo, sólo la limpieza normal”,
dice una de las enfermeras de la Unidad, a quien llamaremos Inés*.
Ella, como sus compañeros, cubre su cuerpo con una sábana vieja y la ata con una gasa en la cintura y se cuelga otra sábana como una capa y la sujeta con un nudo en el cuello; este es el único equipo de protección con el cuentan para enfrentarse cara a cara con el virus COVID-19.
Cuatro días más tarde del malestar de Sixto H., falleció el enfermero Silvestre Padilla Rosas.
Ese mismo día, a pesar de que no se dieran a conocer las causas de su muerte, el director de la institución, César Javier Bañuelos Arzac negó que hubiera pacientes contagiados en su hospital. Lo dijo sin pruebas y lo dejó por escrito en el grupo de Whatsapp que comparte con 254 empleados de los cerca de 500 que tiene la institución. Pero, eso sí, le realizarían pruebas de COVID-19 a tres enfermeras que habían estado trabajando con él antes de morir.
Fotografía de Cesar Javier Bañuelos Arzac, José Ramón Narro Robles y Alejandro Villalba.
En el largo mensaje, Bañuelos se negó a aislar a los pacientes -como sugirieron varias personas del equipo de salud- porque aseguró que estaban mejorando ya con los antibióticos. No había, según rezan sus mensajes, una “real y verdadera necesidad de hacerlo” y además “faltaban brazos”, porque el personal de la institución se había reducido porque dejaron de asistir aquellos que, por edad u otros padecimientos previos, podrían estar en riesgo.
El 18 de mayo, en el mismo chat, el director daba otro mensaje: con una foto de la pantalla de una computadora.
Tras negarlo por varios días, el director Bañuelos Arzac publicó en el chat que de 10 personas a las que les hicieron pruebas, siete resultaron positivas a Sars-Cov-2
Con ello mostraba que, de 10 pruebas realizadas en el hospital, siete dieron positivo. Sixto H., efectivamente, estaba contagiado con el virus, así como otros cinco pacientes de su misma Unidad y una enfermera.
A la fecha hay, por lo menos, 19 personas posiblemente contagiadas: 16 pacientes, dos enfermeras y uno de los médicos del equipo.
No son los únicos. En sus casas, Miguel T. y Carmen H., también enfermeros de la Unidad de Larga Estancia 1A, podrían tener coronavirus. A Miguel lo mandaron a su casa con síntomas evidentes pero no le han hecho una prueba; a Carmen se la hizo apenas el viernes pasado y tuvo que rogar para que la hicieran. Espera los resultados en su casa.
El viernes 22 falleció uno de los compañeros de Sixto H., Abel Acevedo. Murió en el Hospital de Alta Especialidad de Ixtapaluca, donde fue trasladado en grave estado dos días antes.
También fallecieron los enfermeros Arturo Cañas y Mónica Flores Osorio. Ella tenía licencia por embarazo y murió en el parto.
“Nuestros pacientes no manifiestan dolor, ¡son tan resistentes a él! Son como niños chiquitos que llegan, te abrazan dando a entender que se sienten mal; les ves la mirada y dices: ‘tienes fiebre’”,
cuenta Inés.
Los enfermeros y el personal que convive con los pacientes saben que mantener la sana distancia es imposible. “Siempre han convivido juntos, no los podemos separar, no se prestan”, cuenta Josefina*, otra de las tres personas que trabajan en el hospital y que accedieron a dar su testimonio.
__Con miedo y sin equipo __
Tras los primeros casos positivos de COVID -19, se decidió dar de alta a los nueve pacientes que estaban alojados en la Unidad de Corta Estancia del hospital.
Esta área está en un edificio separado y es donde son internados los pacientes con un cuadro agudo de alguna condición mental. Bajo la figura de “Consentimiento Informado 2”, allí se internan a pacientes nuevos contra su voluntad, pero con el permiso de la familia.
Fuera de esta Unidad hay un área de regaderas que se mantenía cerrada.
Cuando comenzó la pandemia, los empleados pidieron que fueran abiertas para poder bañarse antes de comenzar sus turnos. Muchos de los trabajadores del Hospital Psiquiátrico vienen de otros empleos en otros hospitales, incluso de aquellos que atienden en exclusiva a los pacientes de COVID-19.
El área de regaderas estuvo cerrada con candado por más de 50 días (hasta el 19 de mayo). El Sindicato de Trabajadores de la Secretaría de Salud, sección 91, se lo había apropiado. Desde el inicio de la emergencia sanitaria, la líder sindical, María Inés Arévalo Salinas, se retiró por edad.
Cuando lo abrieron sacaron de ahí colchonetas y dos carritos de lavandería repletos de materiales sucios y olvidados.
Aunque nunca visita a los pacientes, el director Bañuelos Arzac se puso un equipo de protección personal completo y se sacó una foto en su sala de espera, misma que compartió en otro chat.
Es de los pocos con este beneficio sanitario.
“(Después del 18 de mayo) la gente comenzó a solicitar equipos, no nos dieron nada. Nos dieron solo goggles a algunos médicos y a enfermería. Los equipos apenas nos los dieron esta semana: un cubrebocas por turno”
dice Inés, con su sábana atada al cuerpo.
Pero los cubrebocas son de peyón, de mala calidad y algunas batas descartables que han recibido se rompen al mojarse cuando bañan a los pacientes. Una enfermera, con su dinero, compra gorros quirúrgicos porque los que les dieron son chicos y no les quedan.
Supuestamente los que atienden el área COVID sí tienen trajes completos, pero el jueves pasado algunos se quejaron que no los tenían y por lo tanto, aunque se presentaron, no pudieron entrar a atender a los pacientes enfermos.
“Mañana puede propagarse a otras unidades y no hay recursos suficientes, nos están dejando olvidados, estamos trabajando a ciegas, no sabemos qué hacer. No nos negamos a trabajar, pero tenemos miedo. Sabemos trabajar con pacientes con vih, con tuberculosis, pero para este virus no hay tratamiento. Si no nos protegemos, ¿cómo vamos a proteger a los demás?”
dice Claudia*.
Escuchen a López Gatell
El drama del hospital está todo documentado en ese chat que abrió el sindicato el 30 de marzo. Las personas trabajadoras del hospital, además de insumos han pedido capacitación.
“La respuesta del director fue que viéramos la conferencia de la tarde, sí, esa la de López Gatell, porque ahí decían todo lo necesario, que no iba a pasar nada”,
afirma Josefina.
Claudia afirma que dieron dos pláticas -pobres y poco profesionales- sobre COVID-19. “Si hubiese habido un plan de contingencia, al menos sabríamos de un hospital, previamente hablado, al cual mandar pacientes”.
“Debimos de haberlo previsto desde febrero ¿Cuáles eran los manuales cuando llegara a presentarse un caso? Las autoridades no lo esperaban, pero se veía venir: ¡los pacientes eran los vulnerables, nosotros éramos los que íbamos a llegar a ellos a enfermarlos! Están adivinando cómo hacer el trabajo”.
Claudia acusa claramente al director como responsable de los contagios y muertes al no haber tomado medidas a tiempo. “Quiero una mejor organización para poder dar una mejor atención. Implica que las personas que están dirigiendo o se apliquen o se retiren. (Bañuelos) no tiene conciencia, como psiquiatra está poniendo en jaque a toda la población, se le está saliendo de las manos”.
“Hemos tenido cierta dificultad para encontrar insumos al 100%, pero me dice el director que sí tenemos, lo que nos cuesta trabajo es tener un colchoncito pero ahí vamos día a día buscando los insumos. Tengo el reporte de que han sido necesarios y suficientes”, afirma Juan Manuel Quijada, director de los Servicios de Atención Psiquiátrica de la Secretaría de Salud. Aseguró que, desde febrero, se reunió con todos los directores de los hospitales psiquiátricos a su cargo para instaurar las medidas necesarias.
Según el funcionario, desde la semana pasada saben del brote de COVID-19 en este hospital psiquiátrico y que lo está atendiendo desde su unidad de epidemiología de la jurisdicción de Tláhuac. Que ya han tomado muestras a todas las personas sospechosas, y hay, según él, sólo 8 pacientes positivos. “Cuatro de ellos ya fueron trasladados al Centro Banamex y otros dos al Hospital General de Ixtapaluca”. Se ofreció a actualizar los datos.
En un escrito que mandó la secretaría de Salud la noche del 24 de mayo, firmado por Bañuelos Arzac, se acepta que 6 trabajadores de enfermería, 1 médico y 11 pacientes habían resultado positivos a SAR-Cov-2. De los pacientes, siete ya habían sido trasladados: cuatro al Centro Banamex y 3 al Hospital de Ixtapaluca, donde uno falleció (Abel).
El texto que mandó el director puedes leer aquí.
Sólo cita referencias de recursos en línea de la secretaría de Salud como capacitación. Asegura que a partir de hoy, lunes 25 de mayo, se aplicarán muestras selectivas al personal y pacientes, sobre todo del área donde surgió el brote y que tienen garantizados los insumos de protección sólo hasta el martes.
Los invisibles
A finales de abril, la organización Documenta, Análisis y Acción para la Justicia Social AC, interpuso un amparo para saber las condiciones de los 46 hospitales psiquiátricos del país en esta emergencia sanitaria, conocer los protocolos de atención así como que se garantizaran los derechos humanos de las personas internas.
El 11 de mayo recibió una respuesta oficial de la Secretaría de Salud donde decía que no podía informar dado que eran “facultades concurrentes de la Secretaría de Salud Federal y de las entidades federativas” del país.
Sin embargo, el Hospital Dr. Samuel Ramírez Moreno es uno de los tres hospitales más grandes -los otros son el Juan N. Navarro y el Fray Bernardino Álvarez- que dependen directamente de la dirección de Servicios de Atención Psiquiátrica de la misma Secretaría de Salud a nivel federal.
“Que yo tenga conocimiento no hay otro brote de COVID-19 en los hospitales que dependen de la Secretaría. Sí (hay) reportes de síntomas de algún personal de salud en el Hospital Fray Bernardino, pero ya tiene tiempo, y ante eso se siguen protocolos de quedarse en casa con las medidas que todos sabemos”
afirma Quijada.
Pero casi todos los 105 pacientes internados en el Samuel Ramírez Moreno no tienen familia, no tienen a ‘dónde ser enviados’.
Las dos unidades de Larga estancia están conectadas por un patio grande; en otro edificio viven 28 pacientes más funcionales, es decir, pueden -o podían- caminar por toda el área bardeada del hospital que tiene muchas áreas verdes. Hay otros pacientes en ala geriátrica en otro edificio.
El hospital es muy grande, tiene varias hectáreas y muchos jardines. Fue inaugurado en 1967 y fue uno de los tres hospitales psiquiátricos que se hicieron tras el cierre de “La Castañeda”, un psiquiátrico famoso por sus condiciones de hacinamiento, pésima higiene y documentados tratos crueles, inhumanos y degradantes.
Nuevas instalaciones del Hospital Psiquiátrico Dr. Samuel Ramírez Moreno
En el 2012 hicieron una regularización para darles identidad jurídica y un apellido. Los pacientes del hospital tienen actas de nacimiento sin familia citada y su tutela está asignada al DIF del Estado de México, aunque viven en el hospital algunos de ellos desde hace 30 años.
“Me siento impotente por todas las anomalías que vemos. A los pacientes no hay quién los defienda. Es una institución contaminada y yo tengo miedo de estar contagiada porque estuve en el área”, dice Inés mientras termina de ataviarse con lo que encuentra a mano para enfrentar a la peor pandemia del siglo.
__*Inés, Josefina y Claudia no son sus nombres reales. Por temor a represalias, los nombres de las fuentes fueron cambiados.