Lo que aprendí de Cuco
Durante años fui testigo del trato diferencial que mi hermano con síndrome de Down recibía de la sociedad. Muy pocos eran capaces de reconocer al hombre capaz e independiente que es, hasta que su trabajo cambió las cosas.
15 de enero de 2025
Paloma Chávez
Mi primera palabra fue “Cuco”. Así fue como rebauticé a mi hermano mayor, José Ramón, quien tiene síndrome de Down. En aquel momento no sabía que esa sería la primera de muchas formas en las que marcaría mi vida.
Crecer con Cuco fue darme cuenta de que la gente no veía a mi hermano de la manera en que yo lo hacía.
Para mí, él es mi hermano mayor, el que me cuida y el que —a su manera— me enseña lecciones que ningún adulto ha podido darme. De pequeña, yo le entendía todo lo que platicaba. Sabía que era imposible parar un balón cuando él le pegaba porque tiraba durísimo, y que nadando de mariposa nos ganaba al resto de la familia. Lo mismo en las carreritas con la bicicleta: le ganaba a todos los niños de la privada. También entendía que a Cuco le costaba trabajo contar en las escondidas, pero siempre encontrábamos una manera para que pudiera jugar con nosotros.
Lo que no sabía era por qué la gente lo trataba diferente, si él podía hacer todo. Lo único que necesitaba era que le enseñáramos y tuviéramos un poco de paciencia.
Mis papás siempre han tratado a Cuco como a un hijo más. Si hacíamos una travesura e involucrábamos a Cuco, el regaño era parejo, y si había éxitos, los celebrábamos por igual. La libertad que le dieron desde niño fue lo que lo ayudó a convertirse en quien es hoy: un hombre independiente, lleno de sueños y con herramientas para enfrentar el mundo.
Hoy Cuco tiene 25 años, y aunque a veces sigue sorprendiéndonos con sus ocurrencias, es un adulto hecho y derecho. Es el tipo de persona que se sube al Metrobús sin pagar (porque sabe que puede hacerlo), se escapa y, de repente, aparece en la casa de mis tíos, del otro lado de la ciudad. Ahora entiende que puede ir a donde quiera, siempre y cuando avise y mande su ubicación en tiempo real. Es el mismo Cuco que sabe cocinar porque toma clases y sueña con ser chef de un restaurante.
En sus tiempos libres, le gusta dibujar y manejar virtualmente en el videojuego Grand Theft Auto. Es tan correcto que, incluso en el juego, nunca se pasa los semáforos. No hay un día que no se la pase bailando y cantando RBD; obvio que se aprendió toda la coreografía. También es un enamorado: tiene novia desde mayo y la ve todos los domingos sin falta.
En abril de 2024, Cuco dio un nuevo paso en su vida: empezó a trabajar en el restaurante Ruben’s. Este no fue su primer empleo, pues antes ayudaba en la fábrica de ropa de mis tíos, donde hacía un excelente trabajo. Sin embargo, trabajar en Ruben’s es algo diferente. Es un reto mayor, con horarios fijos, compañeros desconocidos y la responsabilidad de atender a personas nuevas todos los días. Confieso que al principio tenía dudas: “¿Le tendrán paciencia?, ¿entenderían su manera de comunicarse?, ¿él se sentiría cómodo?”.
Las respuestas llegaron rápido. Sus compañeros no sólo lo aceptaron, sino que aprendieron a convivir y trabajar con él. Ahora saben que le encanta hablar de fútbol, que es fan de Mbappé (o “Papé”, como él le dice), que nunca falta al trabajo y que siempre está dispuesto a ayudar, aunque a veces necesite que le expliquen algo dos o tres veces más. Han aprendido que, cuando Cuco domina algo, lo hace perfecto, siempre igual y con una dedicación que es difícil de encontrar.
Tal vez siempre fue eso, ¿no? La gente trataba diferente a mi hermano porque jamás había convivido con una persona con síndrome de Down, y a veces lo desconocido nos asusta o simplemente no sabemos cómo acercarnos. Creo que la clave para romper esa barrera está en una sola palabra: inclusión.
No voy a negar que, cuando mi papá mandó al WhatsApp de la familia una foto de Cuco en su primer día, con su nuevo uniforme, no pude evitar llorar. Fue un momento muy especial porque supe que alguien más veía a Cuco de la misma manera en que yo lo he visto toda mi vida: como una persona capaz, independiente y llena de potencial.
Cada día que lo veo en el restaurante, llevando platos, arreglando mesas o simplemente sonriendo mientras ofrece una mesa a los clientes, siento un orgullo que no puedo describir. Cuco me ha enseñado tanto, sin siquiera darse cuenta.
Cuco, eres lo máximo. Te amo más de lo que las palabras pueden explicar.